DÍA DE PINZAS.

Buscando una alegoría de lo que es la vida, me parece acertado pensar en ella como la caída desde un acantilado. Viendo el fatídico final haces lo posible por disfrutar del paisaje y eso es todo. Naces y vives tus primeros años sin saber muy bien dónde estás, después, un día, en la adolescencia, tal vez un poco más tarde o tal vez nunca, te das cuenta de que estás cayendo y nada puedes hacer para remediarlo, y no te queda otra que disfrutar del paisaje. Y esto me lleva a lo que a mi parecer debiera ser una persona preparada para la vida. Una persona madura debería ser aquella capaz de disfrutar del paisaje, no con frialdad que a fin de cuentas es lo que se espera de nosotros, que le "echemos huevos" aunque sin mucho éxito afortunadamente, tampoco con inconsciencia, pero sí con serenidad. Dejándose sentir, sin juzgarse, que para juzgarnos ya están los demás (y no sé ahora quién dijo con acierto que ellos, los demás, lo van a hacer de todos modos) Como diría Mario Benedeti: "no te juzgues sin tiempo", aunque yo lo cambiaría por un "no tengas tiempo para juzgarte" Juzgarte al igual que el final del acantilado, no es cosa tuya, no es algo que debas hacer tú, en realidad es trabajo de los demás. Sí lo haces, si te juzgas, difícilmente conseguirás disfrutar del paisaje y probablemente llegues al final sin saber quién eres. Y para ilustrar lo dicho voy a añadir una foto de mi sobrino con unas pinzas en la orejas y a contar la historia de lo que sucedió  aquel "día de pinzas".


Era una tarde cualquiera de primavera, yo jugaba con mi sobrino Fernando, él tenía problemas cogiendo los lápices pues no coordinaba bien "hacer la pinza", hacer la pinza es juntar el pulgar y el indice para coger cosas, así que el rehabilitador había recomendado que hiciera ejercicios que fomentasen el uso de esos dedos. A mí se me ocurrió jugar a que por turnos, cada uno le pusiese una pinza de tender ropa al otro donde quisiera, ni que decir tiene que previamente di de sí los muelles para no lastimarnos. Nos llenamos los dos de pinzas, orejas, nariz, labios, dedos, ropa...  lo pasamos bien y se nos pasó la tarde volando, tanto que casi me olvido de que debíamos recoger a su hermano, mi otro sobrino, en la guardería. Le pedí a Fernando que me acompañase a recoger a su hermano, y él me dijo que sí, pero que fuéramos con las pinzas puestas en las orejas. A mí me encantó la idea. Llegados a la guardería, dejé el coche aparcado en un paso de cebra, es imposible aparcar bien cerca de un colegio a la hora de recoger a los niños. Fuera del coche todos los padres esperaban con ilusión la salida de sus hijos. A los padres se les ilumina la cara cuando van a  recoger a sus hijos, todos allí sonríen como bobos, pero es algo adorable.  Me di cuenta de que tenía más problemas de los que esperaba para salir del coche con las pinzas puestas en las orejas, y eso me dio mucha rabia, así que salí de todos modos, eso sí, tratando de que vieran bien que el niño también llevaba pinzas para que entendiesen así que era un juego con él, no fueran a pensar que era sólo cosa mía (entre otras cosas porque yo también estudié en esa misma guardería y a mí me gusta ver a los padres contentos y convencidos de que sus hijos van a ser personas de provecho y no tarados con pinzas en las orejas). Las reacciones fueron de todo tipo, pero bastante positivas, me alegró comprobar que al menos todos parecían pensar que supeditaba mi vergüenza a la felicidad de un niño, y eso era bonito. Algo de eso había, pero para nada era lo más importante. Lo importante era la promoción de una posición ideológica en pro de la diversidad social. Una balanza donde debe pesar más la felicidad, el autoafianzamiento y el juego, que la vergüenza y los prejuicios. Es un acto de coraje no tener vergüenza cuando se tiene.
Todo iba bien, yo empezaba a sentirme seguro de mi acción, parecía ser comprendida por todos, hasta  que uno de los padres, un amigo de mi cuñado, gente seria, se acercó y me dijo:
- Sí lo viera su padre, está haciendo el ridículo. Quítale las pinzas ahora mismo.
-No- Le contesté yo.
Cuál era exactamente el problema, ¿el ridículo? ¿Tal vez que las pinzas en las orejas parecían pendientes? ¿Temía que el niño después de aquello fuera homosexual? ¿Pero la homosexualidad no era una enfermedad? ¿Se contagiaba por medio de pinzas?  En qué quedamos porque me estoy haciendo un lío.
La cuestión es que el muy imbécil le quitó las pinzas al niño de las orejas, y se fue con ellas sin que yo,  que tenía cogidos de las manitas a los niños, pudiera hacer nada. Entonces miré a mi sobrino y estaba serio, no lloró, pero estaba completamente serio, me miro y me dijo: "quiero mis pinzas"  Yo le dije: "no te preocupes, vamos a por ellas." Así que salí detrás del ladrón de pinzas, ye se sabe, gente seria está que se dedica a temas como el ridículo y a robar pinzas, pero lo perdí entre la multitud. Miré dentro de todos los coches serios y voilà, dentro de uno de ellos estaba el personaje dispuesto a largarse con nuestras pinzas. Pegué unos golpecitos al cristal de la ventanilla, la bajó y le dije con toda la seriedad que puede tener alguien que lleva dos pinzas de tender colgando de las orejas: Devuélveme las pinza ya.  Lo hizo, me las devolvió, y entonces le dije: "Ah claro, lo que pasa  es que a ti te han gustado nuestras pinzas y por eso te las querías llevar",  alargué el brazo para alcanzar sus orejas y le invité a que se las pusiera él también,  pero empezó a refunfuñar y subió la ventanilla. Yo me reí mucho, le puse de nuevo las pinzas al niño y me marché de ahí. Cuando llegué a mi coche, un policía me estaba multando por aparcar mal, yo le dije balbuceando lo único que sé decir cuando un policía me está multando y lo pillo en plena faena: "No, no, no, por favor, no, no no, por favor" Pero esta vez, para empeorar las cosas llevaba unas pinzas de tender colgando de las orejas. Pues va y para sorpresa mía el agente me miró, quitó la multa del parabrisas y me dijo con una enorme sonrisa, ya sabes que aquí no se puede aparcar.
Escucha Fernando - le dije a mi sobrino - además son unas pinzas mágicas. Hacen feliz a la gente. 






5 comentarios:

  1. +1, gran historia juanon, ademas me la contaste en dircto una vez

    un abrazo tio

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  2. Genial, Juan, me ha encantado. Un abrazo!!!

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  3. Muy buena anécdota. La gente amargada no entiende lo natural, así lo veo yo, contaminan el acto de ponerse pinzas con una serie de pensamientos de adulto y asociaciones impuras! Tu y yo como adultos podemos suponer que han sido esos pensamientos los que le forzaron a actuar así, ya que conocemos ese lenguaje. Pero un niño no comprende, solo quiere las pinzas. Reivindicar este tipo de naturalidades es un acto subversivo!

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